Brahim Ghali felicita a su homólogo ecuatoriano por el 213 aniversario de la independencia de su país

  El Presidente de la República felicita a su homólogo ecuatoriano por el 213 aniversario de la independencia de su país SPS   Bir Lehlu (República Saharaui), 10 de agosto de 2022 (SPS) – El Presidente de la República y Secretario General del Frente POLISARIO, Sr. Brahim Ghali, felicitó este miércoles a su homólogo ecuatoriano, Guillermo Laso Mendoza, con motivo del 213 aniversario del primer grito de independencia de la República del Ecuador, que coincidió con el 10 de agosto de 1809. En la carta de felicitación a su homólogo ecuatoriano, el Presidente de la República expresó “sus más sinceras felicitaciones, en nombre del pueblo y del gobierno de la República Saharaui, al hermano gobierno y pueblo del Ecuador, con motivo del 213 aniversario de la independencia”. “Este hecho histórico llevado a cabo por el valiente pueblo ecuatoriano, permitió sembrar las semillas de la liberación y emancipación en América Latina, así como el cumplimiento del sueño de indep

EL MURO DE LA VERGUENZA. Ojalá nunca hubiese tenido que escribir esta entrada.

TOMADO DE Historias de Nuestro Planeta

Busca en Internet cualquier fotografía de la Tierra desde el espacio. ¿Ves todas las fronteras, que dividen la geografía del globo? Yo tampoco. Mira ahora de cerca los desiertos del mundo: Kalahari, Gobi, Thar, Arabia… y piensa durante unos segundos qué te sugieren. Probablemente te hayan venido a la cabeza imágenes de camellos, nómadas, jaimas, dunas o algún oasis. Y no te falta razón. Lo que quizá no sepas es que muchos de ellos encierran grandes conflictos, contrariedades e injusticias. Quiero (y debo) contar hoy la del Sahara Occidental. ¿Te imaginas que un país entero, en mitad del desierto, estuviera dividido en su totalidad por un enorme muro?


El Sáhara Occidental, país cuya completa geografía está cubierta por la arena del desierto homónimo, era patria de varios pueblos nómadas que vagaban por su interior, y de un buen puñado de pescadores con asentamientos en la costa. Poco después del reparto colonial del continente africano, España pasa a ocuparlo, y posteriormente colonizarlo. En su famosa obra “El Principito”, D’Exupery afirma que “Lo que hace bello al desierto es que en algún lugar esconde un tesoro”. Ignoro cuánta razón tenía el autor, o qué joyas guarda este arenoso lugar, pero lo cierto es que en esta nación deseosa de ser reconocida existe una gran cantidad de fosfatos enterrados (allí se encuentra la mayor mina de este mineral tan extendido en las industrias), y que las aguas que bañan al país tienen unos de los caladeros más ricos del Atlántico. Eso se traduce en dinero, y explica en buena parte que, Marruecos y Mauritania quisieran ocuparlo. Con un ambiente cargado por algunos saharauis que ya pidieran la independencia (de España) allá por 1970, el abandono del territorio por los militares españoles en 1975, el fin de la dictadura franquista, fue la perfecta coyuntura para que Marruecos maquillase con su “pacífica” marcha verde la invasión y colonización de este territorio. Mauritania quedó rápidamente fuera de la ecuación al carecer de infraestructura militar, y la guerra comenzaba.
Vinieron diecisiete años de conflicto armado. En desventaja armamentística, los saharauis no sólo perdían vidas, sino su propia tierra. Forzados a huir a la vecina Argelia, se establecieron provisionalmente en la hamada (una zona del desierto especialmente seca, algo así como el desierto dentro del desierto). Cada vez que los marroquíes ganaban conquistaban una franja de terreno de extensión considerable, construían un muro que parapetase su propio terreno. Así nació, en varias tandas, el hoy conocido como muro de la vergüenza. Dos mil setecientos kilometros que vertebran en dos el país saharaui. A la izquierda, queda la parte ocupada por Marruecos, de la que algo hablé aquí, y a la derecha los territorios liberados por el Frente Polisario. Al este de éstos, dentro ya de las fronteras argelinas, aquel asentamiento provisional es hoy casa para trescientas mil personas, que siguen viviendo, desde hace treinta y ocho años, en la cárcel a cielo abierto que suponen los campamentos de refugiados.
Estados Unidos tiene en la dinastía alahuí, gobernante de Marruecos, su principal aliado islámico. Francia, amén de explotar los citados bancos de pesca y fosfatos, fue colonizadora de todos los países del Noroeste africano, y si bien sobre el papel ya no lo es, la realidad es que la influencia que tienen sobre éstos no es siquiera discutible. Por ello, ver todo el territorio que controlan interrumpido por el fragmento que representa el país saharaui les supone un “grano en el culo” tanto comercial como geopolítico. Estos son algunos de los motivos que les hacen respaldar notablemente la invasión marroquí al Sáhara Occidental, y por los que envían fondos económicos (camuflados como ayuda para cooperación) para sufragar costes, así como material bélico. Muchas de las armas, minas helicópteros, tanques y aviación son los excedentes y “sobras” de la guerra de Vietnam, cedidos a Marruecos por Estados Unidos.
Se estima que el mantenimiento del muro cuesta la friolera de tres millones de dólares diarios. En cada kilómetro un pequeño aprovisionamiento provee la infraestructura necesaria para repeler ataques, así como radares para detectar movimientos en el lado saharaui. Cada cinco kilómetros un destacamento aún mayor refuerza a los anteriores. Por si no fuera esto suficiente, las inmediaciones del muro está minadas, impidiendo así el acercamiento físico a él. En esencia, que el muro no es infranqueable por su altura ni dureza de sus materiales, sino por la enorme contingencia militar desplegada a lo largo de toda su longitud.
Restos de metralla en mitad del desierto, a pocos kilómetros del muro.
No es raro encontrarse resto de munición en varios lugares del Sáhara Occidental, particularmente cerca de Tifariti, Bir Lerlhu u otros enclaves donde las contiendas y enfrentamientos fueron rutina durante años. Lo mismo ocurre cerca del muro, donde antes de llegar, pueden verse restos de mortero, metralla de diferentes tipos y hasta bombas de fragmentación y racimo (prohibidas internacionalmente), que azarosamente esparcidas sobre la arena atestigüan la historia reciente del pueblo saharaui. Allí me resulta aún más fácil poner escenario a todas aquellas historias que durante años he escuchado de boca de muchos saharauis: meses en el desierto durmiendo arma en mano con un ojo abierto, calmando tímidamente al estómago con cus-cús y el imperativo té, e intentando en alguna ofensiva ganar posiciones frente al ejército marroquí. Otras de nómadas, todavía con el DNI de la época franquista en el bolsillo, que sin saber bien qué ocurría un día vieron su tierra arrebatada, y repelidos con tiros fueron obligados a huir. Otras tantas de los primeros años de guerra, con familias separadas despertando con la continua incertidumbre de ignorar dónde estaban sus familiares, o si seguían vivos, pues las campañas duraban meses. Algunas más de compañeros que fallecieron en el frente, y cuyos cadáveres no pudieron recoger en la huida, y así una interminable lista de testimonios que encogen el corazón más duro…
Así se ve el muro desde la distancia. Más cerca hay minas que impiden acercarse.
Con otras doce personas, en un todoterreno impuesto como escolta por el Frente Polisario, nos acercamos al muro. Estando lo suficientemente lejos para evitar el campo de minas cercano, pero lo suficientemente cerca para ver a los soldados, observarnos cómo con prismáticos vigilan nuestros movimientos. Me sentía en una prisión que sin querer me obliga a empatizar con todos aquellos saharauis a los que el conflicto obligó a truncar su vida por la guerrilla, la de la guerrilla por la del refugiado, y la del refugiado por la condena de esperar, amanecer tras amanecer, a que cambie su vida: la de vivir en un país no reconocido, a la eterna espera de que la esperanza que han despositado en la clase política internacional sea escuchada.
¿Qué pensaría mi amigo saharaui viendo aquel muro?
Siento franca admiración por este pueblo hijo del desierto, con una fortaleza interior que ningún muro parece capaz de derribar. Como leyera en una pared de los campos de refugiados: “Mujer saharaui, tú me enseñaste a luchar”.
Divide en dos el Sáhara Occidental.  Le llaman muro de la vergüenza, y a mi a veces la única vergüenza que me da es la de pertenecer a esta especie, que ambicionada por el poder, contruye paredes kilométricas hasta en mitad del desierto. Como escribí al comienzo, ojalá nunca hubiera tenido que escribir esta entrada.