Viajeros
se apuntan en la ruta de la marihuana del norte africano para consumir
esta droga que, aunque es ilegal, es tolerada por una antigua tradición
Puede
que no salga en las guías turísticas ni en los folletos que promueven
los viajes a Marruecos, pero la ruta del cannabis atrae al país cada año
a miles de personas que buscan disfrutar de los efectos del hachís
cerca de donde se produce.
"El
clima aquí es muy especial. ¡No crece nada salvo el kif!", dice
riéndose Hassan, un marroquí de unos 40 años, en un hotel de la región
de Ketama, en el norte del país, una región considerada la meca de la
producción de hachís.
"Es
nuestra principal riqueza", explica Hassan, que lleva en la muñeca un
ostentoso reloj de oro y habla poco sobre sus frecuentes viajes a
Casablanca.
En el bar del hotel, Beatrix, una alemana de 57 años con estilo hippie, se arma un porro a la vista de todo el mundo.
La turista cuenta que se enamoró de la región por "la calidad del hachís y la amabilidad de sus habitantes".
Pese a que en Marruecos el cultivo de
cannabis
era el medio de vida de unos 90 mil hogares en 2013, según los últimos
datos oficiales, vender o consumir droga está prohibido por la ley.
Pero
en Ketama, donde son muchas las plantaciones que acogen al visitante,
el hachís forma parte del patrimonio local y el consumo es ampliamente
tolerado.
Bombola Ganja
Junto
con sus amigos, Beatrix organizó a mediados de setiembre un festival en
Ketama, llamado Bombola Ganja, que en realidad fue una velada entre
fumadores delante de la piscina del hotel.
En el
cartel para la página de Facebook del evento, las plantas de cannabis
relegaban a un segundo plano a los DJ que prometían mezclas para un
"trance psicodélico".
Los organizadores también incluyeron un mensaje para pedir que se legalice el cannabis con fines medicinales.
Pero, ¿por qué elegir Ketama?
"Es
difícil de responder", afirma Abdelhamid, director del hotel. "La gente
viene atraída por las montañas, el senderismo, el clima", cuenta, sin
mencionar la cultura local del hachís.
Cada
año, miles de turistas llegan a Ketama, principalmente europeos, pero
también viajeros provenientes de las grandes ciudades del país. Pero "la
región no está bien explotada y hay disfuncionamientos (...) los
caminos son desastrosos, falta agua", se lamentó el hotelero.
Desde
las décadas de 1960 y 1970, cuando la ciudad era muy apreciada por los
hippies, la imagen de la ciudad ha decaído. Este destino comenzó a
hacerse un nombre como un lugar "sin ley" y a finales de la década de
1990 la guía francesa Routard incluso aconsejaba a los turistas que
evitaran esta zona.
"El turismo registró una fuerte caída", confirma a la AFP Mohamed Aabbout, un activista local.
Para él, esto también se explica por "la extensión de la cultura del kif a otras ciudades del norte de Marruecos".
Excursiones a las granjas
A
unos 100 kilómetros, la ciudad de Chefchaouen, con su medina blanca
situada en la ladera de una montaña, ha ganado terreno como principal
destino de la ruta de la marihuana.
Con
sus casas pintorescas y sus callejuelas empedradas, esta localidad
conocida como "Chaouen" es el centro de otra región reputada por su
producción.
Aquí, los
pequeños traficantes y los falsos guías acosan sin tregua a los turistas
para ofrecerles hachís o paseos por las granjas para conocer a los
"kificultores".
En la terraza de un café muy bien situado, un hombre se acerca a los potenciales compradores.
"¡Hermano, esta es la mejor!", afirma Mohamed, mostrando a un recién llegado una bola de hachís.
"Aquí
uno puede fumar donde quiera. ¡Pero no delante de la comisaría!", dice
bromeando, antes de proponer una visita de "terreno".
Mohamed
acompaña a un grupo de turistas a una aldea muy pobre ubicada a pocos
kilómetros donde los verdes campos se extienden hasta el horizonte.
"Aquí
hay plantas mexicanas, afganas y la beldia ('local', en árabe)",
enumera el guía, que afirma que la mayoría de los agricultores importa
las semillas para obtener más producción.
A pocos metros, un grupo de jóvenes franceses recorre las plantaciones con un guía, antes de que comience "la demostración".
Los
dos grupos se encuentran delante de una modesta granja donde un
agricultor golpea un balde lleno de cannabis para recoger el polvo que
se forma para llevarlo a su taller. Después vuelve con el producto
acabado.
"¡Esto va directo
al barrio! ¡Directo a Saint Ouen! (en la periferia de París)", exclamó
un joven vestido con una camiseta del Paris Saint Germain y con
sandalias, que compró € 200 (US$ 230) en cannabis.
Sin
embargo, la ciudad ha logrado ampliar su público objetivo. "Hace 20
años, los turistas eran en su mayoría jóvenes españoles que venían a
fumar. Ahora, los no fumadores también vienen para ver los tonos azules
de la ciudadela, muy apreciada por los turistas chinos", cuenta el dueño
de una agencia de viajes. (AFP)